Es verdad que escucharles pone los vellos de punta. Si uno se encuentra en un estado receptivo, cuando las voces se alzan, se combinan, le imprimen ese carácter barroco que les distingue, da la sensación de que existe algo más allá de la cotidianeidad.
Pero asimismo es muy placentero el darse un remojón en el río cercano, en un lugar donde el ayuntamiento ha cerrado el caudal y practicado una piscina natural . Cuando el calor aprieta, es una verdadera gozada el zambullirse desde las orillas de cemento, notar el frío inmediato y aspirar profundamente el aire veraniego. Pasado el primer momento, luego la cosa es mucho más placentera, y te cuesta abandonar el sitio.
Salvo para refrescarte en el chiringuito cercano. Eso es lo que hacíamos Juanlu, su hijo Nilo, un amigo que regenta el bareto y yo, cuando sonó mi móvil.
Tarde de sosiego...y malas noticias |
Venía de Castilla La Mancha, en cuaya capital, Ciudad Real, recalé por unos días. Me dirigí a Jaén, donde había contactado con alguien que intentaba, con otras personas, reflotar una aldea semi derruída que al igual que tantas que he encontrado en el camino, se va despoblando para llevar otro tipo de vida en la ciudad. Van quedando los más ancianos, dedicados principalmente a tomar el sol o buscar un sitio a la sombra en el banco de la plaza. Ya han atendido sus gallinas, quizás un cerdo, unas ovejas, un pequeño huerto, esos pequeños quehaceres del campo que no acaban nunca, que cada día, fiesta, feriados, navidad o fin de año, requieren de su atención.
Los jóvenes se cansan pronto de este continuo trabajo, y emigran a las ciudades en busca de otras oportunidades que mejoren su vida, buscando una felicidad que no saben – por su edad, por sus estudios, por su forma de ver la vida – que muchas, muchísimas veces, se encuentra al alcance de su mano.
Y así van sumándose pequeños pueblos, miles de no más de 300, 500 habitantes, que de pronto se convierten en un centenar, unas pocas docenas, un puñado de pobladores que se resisten. Las casas se abandonan, los campos crían hierbas salvajes, un temporal desgaja los árboles, vuela un tejado, se resquebraja y cae una pared, la vivienda se vuelve inhabitable.
Los ayuntamientos no colaboran, no resulta una labor rentable, no quedan votantes, y se va quedando en el olvido.
Descansos ocasionales en el motocarro |
Pues bien. Con estas perspectivas la familia de Juanlu se trasladó hasta Las Grageas, pequeña población enclavada sobre una pequeña elevación, y donde desde hace algo mas de tres años reconstruyeron (aún lo están haciendo), su vivienda, colaboran con con sus vecinos inmediatos, exponen planes y medidas ante el Ayuntamiento, comienzan a recibir respuestas y en definitiva, realizan las labores propias de quienes quieren fomentar ese tipo de vida.
Y allí me entretuve casi un par de meses, ayudando con las labores que -es verdad – parecen no acabar nunca. Pero comienza a ser otra vez la población de otrora, el plan va tomando forma, se agregan nuevos vecinos, y aunque algunas necesidades no se han alcanzado, disponen de servicios esenciales, un autobús recoge diariamente al hasta ahora único niño estable, Nilo, para llevarle al colegio, a pocos kilómetros existe un hospital de referencia, a seis o siete kilómetros dos poblaciones importantes, de manera que se compagina de manera excelente tanto la vida en ciudad como en el campo.
CAMBIO DE RUTA
Y con estos amigos me encontraba disfrutando de una tarde de piscina natural y descanso en el chiringuito, cuando llegó la llamada. Mi hija Andrea me informaba con la voz rota y dolida, que Luna, la pequeña que estaba punto de nacer, no habitaría entre nosotros.
Claudia tuvo un embarazo normal, pero en ocasiones el destino marca otra cosa. Y una muerte súbita en el momento del parto, nos impedía el goce y disfrute de la pequeña en el futuro.
Difícil es manifestar los sentimientos, aún peor es trasladarlos a palabras.
Y buscar la sombra una tarde de calor |
No lo sé aún, pero el caso es que salí de Jaen, recorrí caminos, cambié de autonomía, hasta embarcar con el motocarro en Denia, rumbo a Mallorca. Desembarcamos , me reencontré con mi familia, pasaron unos cuantos días largos y penosos.
Pero noté que mi sitio no estaba junto a ellos, y decidí seguir en la isla, pero cambié de escenario, y me dejé llevar por mi trabajo como voluntario, en un huerto cercano a la localidad de Manacor, conocida últimamente más por Rafael Nadal que por sus propias circunstancias . Y allí me entretuve un tiempo, volví con los míos, volví al huerto de Joan y Petra, y me planteé las posibilidades de vida que me esperaban
Pero eso será motivo de otra historia….o no.
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